jueves, 2 de febrero de 2012

Amores que manchan

-No era lo que me decía, era más bien lo que se callaba...
Ese fue el último pensamiento que se le pasó por la cabeza, era una imagen preciosa el corazón ardía y la mente fermentaba en el ácido veneno de los celos, como dos estatuas de mármol talladas de una sola pieza, los dos enamorados se miraban, se deseaban, se odiaban y se apuntaban con el arma.
Está descargada pensaba uno, no se atreverá pensaba el otro... el silencio cortante de los segundos podía sentirse en la piel de los enamorados y en el extraño ambiente siniestro creado por dos seres que han compartido toda la vida y ahora están apunto de despedirse de ella.
¿Como lo interpretarían los periódicos? violencia de genero ¿de ambos?
Del amor al odio hay un paso y estos dos enamorados estaban dándolo de la mano.
-Cariño te quiero como al más preciado de los tesoros, por eso te enterraré para que no te encuentren otros.
-No te molestes mi vida, los dos nos pudriremos sobre la alfombra de Ikea que no me dejaste elegir.
Ambos sonrieron, las discusiones y las pequeñas riñas de la vida diaria no eran más que puntos alejandose en la carretera del destino.
-Creo que ninguno será capaz de apretar el gatillo.
-Nunca me creíste valiente ¿verdad?
Habían discutido tanto por quien llevaba los pantalones que ya ninguno recordaba las batallas perdidas o ganadas, simplemente sabían que siempre había heridos en ambos bandos, que se amaban hasta la muerte o se odiaban hasta la muerte, da igual ambos sentimientos son eternos y viscerales. Todo el mundo recuerda con la misma intensidad aquellos a quien odia y a quien ama.
El trascurso del tiempo hizo temblar el pulso de los enamorados. Nunca pensaron en llegar a este punto, pero es el resultado de construir una casa en el precipicio: tiene vistas pero también peligros.
Cuando creían que ambos bajarían la mano y se enlazarían en una noche de reconciliación sudorosa, el estallido retumbo en las paredes y en los mal montados muebles suecos.
Ambos se miraron a los ojos y experimentaron el mayor orgasmo de sus vidas, por un instante, la eternidad. Sintieron que era lo mejor que podían hacer, parecía sonar en sus cabezas el "Aleluya" de Leonard Cohen, el enlace más bello de la historia se había producido y la paz sosegada de la relación eterna estaba por delante.
Ambas armas dispararon a la vez, sus vidas cercenadas en el mismo segundo, un nuevo aniversario que celebrar en el calendario de los enamorados. Sus cuerpos cayeron separados pero su sangre se unió en una gran mácula romanticamente roja, sus recuerdos mancharon las paredes de la casa que aún debían a una entidad bancaria. Fue el "te quiero" más ruidoso y hermoso de todo el milenio.




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